Arquitectura tradicional, bioclimática y biodegradable
- Por Texto y Fotos: L.M.C

Hay muchos restos de construcción en distintas zonas rurales y también en urbanas de Lanzarote, casas en ruinas con 200 años o más y muchas historias.
La realidad más cotidiana contiene siempre respuestas a preguntas que ni siquiera te han surgido, pero que pueden aparecer a poco que te intereses e indagues lo justo para conocer el lugar en el que vives. Tiene Lanzarote una arquitectura tradicional con unas señas de identidad y un legado esperando a que lo descubras. Casas de campo con 200 años o más en sus paredes, la mayoría ya en ruinas, construidas con parámetros propios de la arquitectura bioclimática y tan ecológicas que son biodegradables. La profesora de Historia del Arte en la Escuela universitaria de Turismo de Lanzarote (EUTL), María José Morales, actuó como 'traductora de casas' en una actividad organizada por el Área de Patrimonio del Cabildo de Lanzarote que incluía una excursión interpretada por el entorno del núcleo rural de Teseguite (Teguise). Una ruta en la que los más de 40 participantes pudieron ver infraestructuras tradicionalmente destinadas a la recogida del agua de lluvia, como aljibes descubiertos, maretas y gavias.
Cortijo en Los Valles
El primer ejemplo es una antigua casa de campo en el entorno del Cortijo de Manguia, un topónimo referido al valle existente entre Teguise y Los Valles. “De sus restos -explicó Morales- se puede obtener mucha información sobre cómo fue cuando estaba en uso. De los diferentes materiales, piedra del lugar en la mayor parte del conjunto y canto rojo de la cantera de Tinamala en una de sus estancias, se deduce que se fue ampliando en distintos momentos. De su orientación, en ‘L’ con el interior mirando al Sur, que necesitaba protegerse del viento alisio reinante”.
“También podrían extraerse conclusiones, –añadió– incluso una datación aproximada, del grosor de los muros, del mortero empleado, de la existencia de madera y de su uso como soporte en puertas y pequeños ventanucos…” Pero la profesora subrayó aspectos como “el extraordinario sentido común aplicado en la arquitectura tradicional y popular lanzaroteña. Una forma de construir que pasó de padres a hijos, a nietos, etcétera, que denominamos vernácula porque se adapta al entorno y al clima aprovechando al máximo sus recursos y evitando sus inconvenientes. Una arquitectura perfectamente integrada en el paisaje porque está construida con sus mismos materiales, y que es biodegradable por el mismo motivo”.
Son casas construidas con materiales muy básicos. Con piedras irregulares y cal para aislar de la humedad y del calor; se usaba hierba seca o pelo de animales mezclado con barro para el mortero. Primaba la funcionalidad y a las edificaciones se le iban añadiendo estancias en función de las necesidades de la actividad familiar. La robustez de sus muros ha permitido que muchas de estas edificaciones, auténtico patrimonio etnográfico de la isla, hayan permanecido en pie hasta nuestros días.