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El día después

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La desaparición de Gabriel García Márquez, grande de la literatura hispana, deja un importante vacío en los amantes de las letras. Su realismo no solo emocionó y enamoró a distintas generaciones sino que puso el foco sobre lo que ocurría en muchos países de latinoamerica. Periodista antes que escritor, sabía sin duda cómo contar las cosas y cuándo enfatizarlas. El mundo coincide en señalar que en Márquez convivía el cronista de hechos y el creador de historias y tal vez por eso tenía la inmensa capacidad de contar y compartir mentiras como si fueran verdades. En una novela, de antemano sabemos que seremos engañados; en un relato periodístico, rechazamos el fraude. Apenas el lector percibe que el periodista escribe encerrado en la redacción y que basándose en unos cuantos datos a mano inventa el resto de los hechos, concediéndose las licencias naturales a un novelista, el relato pierde crédito. En la escritura, todo lo que hay bajo el cielo tiene su tiempo: tiempo de mentir, tiempo de ser verídico. En el relato periodístico, la mentira graciosa de la novela se convierte en falsedad. Pero ese mismo lector le dará crédito al cronista si está seguro de que, comprometido a contar hechos verídicos, es capaz de hacerlo con el estilo y la garra de un buen novelista, usando ganchos y ardides que sirvan para atrapar su atención. Es sobre la base de esa habilidad como el relato resulta compuesto de acuerdo a una tensión constante y un ritmo que no pierde aliento, y es así como el cronista prepara sus sorpresas, oculta datos y sabe revelarlos en el momento preciso, según las técnicas que la narración de hechos literarios le presta a la narración de hechos periodísticos. Así considero ocurrió en la crónica que mantuvo a media isla atenta a la pantalla y a la Sexta. Hay quien sostiene que el sensacionalismo no es malo si vas con la verdad. Solo que a estas alturas no sé separar la ficción de la realidad. Y tiene su relevancia porque parecía el relato no solo de un testigo presencial de todo lo acontecido, sino de alguien que tiene estrecha familiaridad con lo descrito. No seré quien juzgue la investigación de un medio de comunicación. Pero sí quien recuerde que después de tanta connivencia político-empresarial, de 200 imputados por corrupción y decenas de entradas y salidas en el juzgado, no había nada que inventar, ni que exagerar. Había que contarlo. Lo que toca el día después es buscar soluciones. Es sacar la cabeza del hoyo, sacudirse extrañas teorías y abanderar de una vez el debate sobre la importancia hacer majo y limpio real en las formaciones políticas isleñas. Solo entonces dejaremos de ser la isla de los imputados. ¿Quién empieza? 

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